viernes, 17 de febrero de 2017

SAN VALENTÍN


Si la serpentina de tu risa pintara colores al viento.
Si de penumbra y de pájaro estuvieran hechos tus ojos.
Si fuera tu cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
Si besaras besos de mar a dentelladas.
Si anhelara hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos.
Si en la quietud del aire respirara tu aliento y tu mirada.
Si tu cuerpo fluyera feliz entre mis manos.
Si tus ojos misteriosos dejaran mil sueños errantes y perdidos.
Si estar o no contigo fuera la medida de mi tiempo.
Si de verdad te hubieras callado para estar como ausente…
No tendrías la yugular hendida. 
Ni las uñas arrancadas.
Y seguirías siendo espejo de mi carne y sustento de mis alas.

***

(Para la construcción de este texto se han utilizado versos de Gabriela Mistral, Pedro Salinas, Blas de Otero, Antonio Colinas, Pablo Neruda, Juan Chabás, Miguel Hernández, Jorge Luis Borges y Pedro Garfias)


EL DESFILADERO


          "Cielos, cómo brilla hoy el valle…". El conductor del autobús escolar se estremece siempre en esa zona del recorrido. La angosta carretera parte de la aldea y serpentea ascendiendo en dirección norte, colgada del desfiladero. Próximo a la última revuelta pide silencio a los chicos. Se gira fugazmente para ojear la hoz plegada que dibuja el río.
          El conductor del camión inicia el descenso hacia el valle, en dirección sur. Cerca de la primera curva, separa una mano del volante. Aumenta el volumen de la radio tratando de vencer el sueño. Suspira. A media mañana podrá descansar en casa y, por la tarde, jugará un buen rato con los niños.


SONIDOS


          Mientras sigo con atención el reiterado gorgoteo de la cisterna, un pitido amable del horno revela que está listo mi almuerzo. En la radio, las interferencias crepitan al compás del quejido incansable de la nevera. A la par, el feroz centrifugado de la lavadora hace maullar a la gata en celo. Se escucha entonces el trino del jilguero que descuella sobre el susurro del aire acondicionado. Tengo suerte. A otros no les queda más que el silencio yermo de su soledad.


domingo, 5 de febrero de 2017

EL ATAÚD


          Por ejemplo, averiguar quién era la mujer que me estaba anudando la corbata o qué narices hacía un extraño abotonando mi bragueta son algunas de las preocupaciones que me mantuvieron en vela durante toda la noche. Y no digamos la inquietante presencia de aquel sacerdote. Lo más probable es que pensaran que había muerto. Por fortuna, esta mañana, cuando mi esposa se acercó para besarme en la mejilla, conseguí enarcar una ceja. Lo detectó enseguida, pues se empeñó en que todos se alejaran de aquí. 
          El hecho de que acaben de colocar un ataúd junto a mi cama quizá obedezca a esa estúpida confusión. ¡Vaya sobresalto…! Menos mal que ella sabe que aún estoy vivo.


HUM...


          «La mujer de la foto sonreía». Buen principio. Todo es ponerse. Evitaré la anécdota, la greguería o la ocurrencia. Cuidaré la gramática y la ortografía. Vigilaré la digresión, el solecismo y el pleonasmo. Sortearé el anacoluto, la monotonía o el barbarismo. Prestaré atención a las cacofonías. 
         Debo prescindir de la proliferación de personajes. He de reducir el tiempo y los escenarios. Tengo que plantear y resolver con claridad el conflicto. Y matizar bien los detalles. Huiré de los tópicos. Intentaré sugerir lo que no se cuenta. Y procuraré encontrar un significado de orden superior.
          «La mujer de la foto sonreía…».
          ¡Hum…!  
          Tal vez mañana…