Por ejemplo, averiguar quién era la mujer que me estaba anudando la
corbata o qué narices hacía un extraño abotonando mi bragueta son
algunas de las preocupaciones que me mantuvieron en vela durante toda la
noche. Y no digamos la inquietante presencia de aquel sacerdote. Lo más
probable es que pensaran que había muerto. Por fortuna, esta mañana,
cuando mi esposa se acercó para besarme en la mejilla, conseguí enarcar
una ceja. Lo detectó enseguida, pues se empeñó en que todos se alejaran
de aquí.
El hecho de que acaben de colocar un ataúd junto a mi cama
quizá obedezca a esa estúpida confusión. ¡Vaya sobresalto…! Menos mal
que ella sabe que aún estoy vivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario