Mientras sigo con atención el reiterado gorgoteo de la cisterna, un
pitido amable del horno revela que está listo mi almuerzo. En la radio,
las interferencias crepitan al compás del quejido incansable de la
nevera. A la par, el feroz centrifugado de la lavadora hace maullar a la
gata en celo. Se escucha entonces el trino del jilguero que descuella
sobre el susurro del aire acondicionado. Tengo suerte. A otros no les
queda más que el silencio yermo de su soledad.
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