Agustín Martínez Valderrama, ganador de la
última edición del certamen Relatos en cadena, ha tenido la
gentileza de incluirme en la sección Pasen y vean que sale a la
luz todos los martes en su blog Previsiones meteorológicas de un
cangrejo. Pese a su reciente creación, esta bitácora se ha convertido
rápidamente en una página de referencia en el mundo del microrrelato, por lo
que me he sentido muy honrado ante su invitación.
Aprovecho para mostraros la calidad de su relato ganador.
Lo digo de todo corazón: fue el mejor de la pasada edición del concurso de la
SER. Y más abajo tenéis la transcripción del Pasen y vean.
CARNE REBOZADA
La cena se enfriaba en la mesa y nuestro vecino seguía igual.
Desnudo, subido en una silla y con una soga al cuello. A veces, bajaba y
deambulaba cabizbajo por la habitación. De aquí para allá. De allá para aquí.
Luego volvía a subirse, se anudaba la cuerda y colocaba los pies en el filo.
Así llevaba toda la tarde. Nosotros, desde la ventana, lo observábamos
expectantes. Papá decía que sí. Mamá decía que no. Pero el hombre, que si sí,
que si no, no se decidía nunca. Al final, corrimos las cortinas y nos sentamos
a la mesa. La carne rebozada fría no vale nada.
Agustín
Martínez Valderrama.
PASEN Y VEAN: Manuel Merenciano
MICROAUTOBIOGRAFÍA (ARGUMENTADA)
Nací
en Elche de la Sierra porque quería ser monaguillo. Lo conseguí a los
seis años, aunque suelo obviarlo en mi currículum. Pasé mi niñez en
Albacete porque aún no me había marchado a Valencia. Me licencié en
Medicina, porque en la universidad no había escuela de payasos, y
oposité a profesor, porque era la única forma de tener algo de público.
Me casé, porque entonces no había parejas de hecho, y tuve dos hijos,
porque deseaba que alguien pagara mi entierro. Ahora vivo en L’Eliana y
escribo. Como alguien dijo…: escribo porque no sé bailar como Fred
Astaire.
Hoy, en Pasen y Vean, os invito a conocer a un escritor muy especial: Manuel Merenciano. Dice Manuel que escribe porque no sabe bailar como Fred Astaire – Freddy para los amigos. Y yo me permito añadir, siempre con su permiso, que Freddy bailaba porque no sabía escribir como Manuel. He coincidido con él en varios concursos – relatos en cadena, abogados... – y siempre me ha llamado mucho la atención su manera de juntar las palabras. Primero porque su estilo es de impecable factura. Preciso, riguroso, certero. Y luego, esa forma tan suya de adentrarse – bisturí en mano – en los recovecos de la condición humana. Todo ello, desde una concepción fantástica y terrorífica de la literatura no exenta de un humor sutil, irónico y punzante. El resultado final es una literatura de altos vuelos; elegante, refinada, exquisita. De la misma manera define su literatura el escritor Javier Sarti al final del prólogo de Relatos Turbios, el primer libro de cuentos de Manuel: He titulado así este prólogo, porque creo que hay pocas cosas más tentadoras que un cartel que advierta Es peligroso asomarse..., pero, en este caso, no se trata de asomarse al exterior, sino al interior: y es que, en cierto modo, es excitantemente peligroso asomarse al interior de estos relatos. Decía Sartre, “deslizaos, mortales, no os apoyéis”. Recordadlo, porque en este libro podéis perder el equilibrio.
Su prolífica trayectoria le ha reportado a lo largo de estos años numerosos premios y distinciones. Premio Nacional del certamen Los cuentos de la Granja en 2005, finalista del Premio de Libro de Cuentos Manuel Llano en las ediciones consecutivas de 2006 y 2007. Su texto "El sentido de la belleza" - uno de los que hoy podréis disfrutar - quedó tercero en la gran final de Relatos en cadena en la edición de 2008-09 que ganó Manuel Espada. El segundo, titulado “El problema" resultó ganador del IV Certamen de Relato y Poesía Grupo Búho (2007), lo que supuso, como premio, la publicación de una recopilación de relatos: Relatos turbios. Además, algunos relatos suyos aparecen en diversas antologías y revistas, y en diciembre verá la luz su novela El dulce aroma de la madreselva. Por último, Manuel escribe en su bitácora Kimmel, donde podéis encontrar una recopilación extensa de todos sus relatos.
Hoy os presento dos textos que han obtenidos sendos reconocimientos. El sentido de la belleza, tercero en Rec edición 2008-2009 y El problema, ganador del IV certamen de Relato Grupo Buho 2007. Ambos son un buen exponente de la literatura de Manuel. De ese ir de fuera hacia dentro, colándose por los laberintos intrincados de la condición humana. Un salto al vacío sin red que nos enfrenta tú a tú con nosotros mismos. El sentido de la belleza es un texto elegante, sutil, descarnado. Un micro de autor donde Manuel realiza un ejercicio impecable en la cuerda floja. Un ejercicio lleno de ironía y desasosiego. En El Problema se acentúa aún más la vertiente inquietante, cáustica y terrorífica de su literatura. Pero sin perder nunca ese atisbo de humor y ternura que recorre la espina dorsal de todos sus textos. Para mí supone todo un lujo acercaros a este autor de referencia al que admiro y respeto. Señoras y Señores con ustedes Manuel Merenciano. El sentido de la belleza. El Problema. Disfrútenlos. Pasen y Vean.
Hoy, en Pasen y Vean, os invito a conocer a un escritor muy especial: Manuel Merenciano. Dice Manuel que escribe porque no sabe bailar como Fred Astaire – Freddy para los amigos. Y yo me permito añadir, siempre con su permiso, que Freddy bailaba porque no sabía escribir como Manuel. He coincidido con él en varios concursos – relatos en cadena, abogados... – y siempre me ha llamado mucho la atención su manera de juntar las palabras. Primero porque su estilo es de impecable factura. Preciso, riguroso, certero. Y luego, esa forma tan suya de adentrarse – bisturí en mano – en los recovecos de la condición humana. Todo ello, desde una concepción fantástica y terrorífica de la literatura no exenta de un humor sutil, irónico y punzante. El resultado final es una literatura de altos vuelos; elegante, refinada, exquisita. De la misma manera define su literatura el escritor Javier Sarti al final del prólogo de Relatos Turbios, el primer libro de cuentos de Manuel: He titulado así este prólogo, porque creo que hay pocas cosas más tentadoras que un cartel que advierta Es peligroso asomarse..., pero, en este caso, no se trata de asomarse al exterior, sino al interior: y es que, en cierto modo, es excitantemente peligroso asomarse al interior de estos relatos. Decía Sartre, “deslizaos, mortales, no os apoyéis”. Recordadlo, porque en este libro podéis perder el equilibrio.
Su prolífica trayectoria le ha reportado a lo largo de estos años numerosos premios y distinciones. Premio Nacional del certamen Los cuentos de la Granja en 2005, finalista del Premio de Libro de Cuentos Manuel Llano en las ediciones consecutivas de 2006 y 2007. Su texto "El sentido de la belleza" - uno de los que hoy podréis disfrutar - quedó tercero en la gran final de Relatos en cadena en la edición de 2008-09 que ganó Manuel Espada. El segundo, titulado “El problema" resultó ganador del IV Certamen de Relato y Poesía Grupo Búho (2007), lo que supuso, como premio, la publicación de una recopilación de relatos: Relatos turbios. Además, algunos relatos suyos aparecen en diversas antologías y revistas, y en diciembre verá la luz su novela El dulce aroma de la madreselva. Por último, Manuel escribe en su bitácora Kimmel, donde podéis encontrar una recopilación extensa de todos sus relatos.
Hoy os presento dos textos que han obtenidos sendos reconocimientos. El sentido de la belleza, tercero en Rec edición 2008-2009 y El problema, ganador del IV certamen de Relato Grupo Buho 2007. Ambos son un buen exponente de la literatura de Manuel. De ese ir de fuera hacia dentro, colándose por los laberintos intrincados de la condición humana. Un salto al vacío sin red que nos enfrenta tú a tú con nosotros mismos. El sentido de la belleza es un texto elegante, sutil, descarnado. Un micro de autor donde Manuel realiza un ejercicio impecable en la cuerda floja. Un ejercicio lleno de ironía y desasosiego. En El Problema se acentúa aún más la vertiente inquietante, cáustica y terrorífica de su literatura. Pero sin perder nunca ese atisbo de humor y ternura que recorre la espina dorsal de todos sus textos. Para mí supone todo un lujo acercaros a este autor de referencia al que admiro y respeto. Señoras y Señores con ustedes Manuel Merenciano. El sentido de la belleza. El Problema. Disfrútenlos. Pasen y Vean.
EL SENTIDO DE LA BELLEZA.
Al menos, para las mujeres, tiene mejor gusto. Siempre nos preocupamos por
educarle el sentido de la belleza. De Platón a Schopenhauer, le inculcamos que
no hay que mirar para comprender, sino para ver, que no hay que preocuparse por
el hecho, sino contemplar la esencia. Pero nuestros esfuerzos resultaban
baldíos. El primer animal que trajo a casa fue una boa constrictor. Luego se
decantó por aquellos repugnantes escorpiones africanos. ¿Dónde vería el
esplendor de la forma, la armonía, el orden? Hoy, al fin, ha empezado a
demostrarnos su aprendizaje: la chica que ha enjaulado en el sótano es una
rubia despampanante, verdaderamente una delicia para los sentidos.
EL PROBLEMA.
Mi hermana Adela ha experimentado una mejoría prodigiosa
desde que nos trasladamos a este pacífico lugar. Ahora mismo estoy convencida
de que es una niña feliz. Yo también podría serlo si no fuera por… el problema.
Adela ha encarado con denuedo su fatídica enfermedad. Al
principio le negaron toda esperanza. Dijeron que sus fuerzas se irían disipando
lánguidamente al compás de cada uno de los vahídos de su respiración, que ese
extraño mal de la sangre se había infiltrado en ella como una larva voraz y la
iría consumiendo desde dentro.
Nos aconsejaron que partiéramos del arrabal porque el humo
ceniciento de la chimenea no hacía ningún bien a la niña. Quién sabe si, tal
vez, no era el causante de tan misteriosa dolencia. «¿El humo de la fábrica es
el gusano, papá?», preguntó a la salida del hospital, abatida en su silla de
ruedas. Una semana después nos veníamos a vivir al campo. Aunque parezca
mentira, en unos días Adela recuperó el gesto vivaz y el color sonrosado de los
labios, y con cada vahído de su respiración se esclarecía el fulgor celeste de
su mirada.
«No más de tres meses…», habían sentenciado los médicos. Y el
gusano le iba devorando las entrañas a mi hermana. Y a mí el llanto amargo de
papá me devoraba el alma. Pero ahora, desde que arraigamos en este hermoso
paraje, Adela va redimiendo su risa alegre, a veces algo chillona, retoñan
poquito a poco sus ensortijados cabellos de color azabache y por las noches ya
no gime de dolor, pues su sueño se ha hecho tan hondo como reposado.
Ayer recorrimos juntas la vega del río. Solas, Adela y yo. Y
el olor a tierra escarchada en la flor del espliego. Adela volvía a sentirse
dichosa. Yo también podría serlo si no fuera por… el problema.
El problema, el jodido problema, radica —¡maldita sea!— en
que se me ha agotado el matarratas. Y Adela renace como un demonio al compás de
cada uno de los vahídos de su respiración. Y a mí cada vahído de su respiración
me va devorando el alma.
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