Editorial Grupo Búho
Fecha de publicación: septiembre 2008
ISBN: 978-84-936657-0-8
PRÓLOGO DE JAVIER SARTI
ES PELIGROSO ASOMARSE
En todo relato se produce,
inevitablemente, una transformación. Las cosas y las personas que lo habitan
experimentan cambios, sutiles o evidentes, a lo largo de su recorrido. Al
final, ese fragmento de mundo y de vida nunca es idéntico al que nos
encontramos cuando nos introdujimos en la historia. Algo ha pasado en su
transcurso. Pero sólo cuando un autor consigue que los lectores tampoco sean
los mismos tras recorrer los caminos que él les ha abierto; sólo cuando logra
que algo haya crecido, menguado o, simplemente, cambiado el lugar que ocupaba
en el interior de esos lectores; sólo cuando la percepción de ellos mismos y de
lo que les rodea ha variado por transitar su obra...; sólo entonces pueden
sentir que ha merecido la pena el tiempo que le han dedicado. Todo eso sucede,
de una u otra manera, cuando se sale a la superficie desde las profundidades de
los relatos de Manuel Merenciano. Algo muy valioso, porque lo lamentable es
regresar de cualquier experiencia siendo los mismos que antes, y pensando que
sólo hemos conseguido eso que se llama matar el tiempo.
Una particularidad de estas
narraciones es que al principio de todas ellas se nos sitúa en un espacio
verosímil, donde los inquilinos que las habitan viven con absoluta naturalidad.
Y es en esos lugares banales, vulgares, de una cotidianeidad aplastante, donde
inesperadamente esos descarnados protagonistas nos hacen partícipes de una
particularidad que los descoloca a nuestros ojos, como iluminados desde su
interior por un potente foco que nos pusiese sus vísceras al descubierto. A esa
metamorfosis me refería, quizá, al principio de este texto: existe un tipo de
historias en las que vemos cómo sus personajes empiezan siendo vulgares
insectos y paulatinamente van convirtiéndose en algo cercano a mariposas; en
los relatos de Manuel, sin embargo, uno suele encontrar el proceso contrario:
cuando el lector se siente cómodo creyendo acompañar el agradable baile de un
lepidóptero, de repente descubre que lo que vuela a su lado no es otra cosa que
un simple gusano. Por eso, hay en estos cuentos un cierto encuentro, nada
amañado literariamente, con el horror, ese horror que explota en nuestras
conciencias con la forma implacable de una constatación: ni el tiempo, ni el
mundo, ni la gente, tienen que ser lo que nos creemos desde nuestra estatura
biempensante. Tratar de escapar de ese horror no es otra cosa que escapar de
uno mismo y de sus fantasmas. Pero también hay en este libro la vocación de
juntar la realidad con aquello que sólo sucede en nuestra imaginación. Y cuando
a esa vocación se le suma el talento da como resultado una buena obra
narrativa: una obra que su autor se toma en serio sin jactarse de su seriedad,
que salta por encima de los lugares comunes y elude la banalidad, que te lleva
por caminos nuevos y pone en marcha tus pasos mentales..., o los detiene,
porque te atrapa con su honestidad creativa o con su prisma de sugestiones.
No podría decir que estos cuentos
pertenecen a ningún género específico, pero sí que en todos ellos se da esa
doble vertiente que no me aburre señalar de nuevo: al principio, la máscara
amable, casi jovial, con que el autor nos recibe, invitándonos a que nos
pongamos otra similar, y, cuando lo hemos hecho, la facilidad con que abandona
la suya dejándonos a solas con nuestra ingenuidad, con nuestra sorpresa,
vislumbrando la difusa silueta de la amargura. Una amargura contenida,
disfrazada, escondida tras una lucidez que permite tutearla y, a veces, hasta
tomarla a broma. Pero nunca del todo a broma, nunca del todo: esa amargura nos
resulta demasiado familiar, demasiado próxima a la que a veces sentimos
nosotros... A poco que hundamos algo de nuestra inteligencia en la geometría
extraña de sus historias, veremos que Manuel nos habla de la fragilidad de las
estructuras que nos mantienen a flote, nos habla del caos que llevamos dentro.
En ellas convive lo jocoso con lo terrible, lo oscuro con lo luminoso, el desacato
con lo reverencial. A veces describe lo siniestro con aparente (ojo, sólo
aparente) sorna, y otras veces, a través de su mirada, siempre transversal,
siempre quirúrgica, lo convencionalmente cómico nos revela su lado más
aterrador. Pero hay cosas que nunca encontraréis en estos textos: el lugar
común, la frase hecha, el tópico melodramático, la demagogia fácil..., aquí no
hay sitio para la obviedad, para la superficialidad, para el sentimentalismo
rancio, ni para nada de todo eso que se encuentra en tantos libros presentados
como productos literarios de relumbre.
Yo creo que una novela o un relato,
para ser algo, debería ser como una perla, es decir, una enfermedad: un cuerpo
extraño al que estar todo el tiempo dándole vueltas, envolviéndolo, tratando de
expulsarlo o de digerirlo. Y ahora da la impresión de que la mayoría de los
relatos y novelas salen cada vez más del bolsillo y menos de los insomnios,
cada vez provocan más sueño y menos pesadillas. Relatos turbios es un libro al
que se le puede dar muchas vueltas en la propia conciencia. Y es evidente que
Manuel no se lo ha sacado del bolsillo y sí, me temo, de algún insomnio. Por
eso, nunca provocará sueño, y me gustaría pensar que será el origen de alguna
estimulante y sana pesadilla. Mejor así: algunos preferimos la rastrera
autenticidad de un gusano al empalago supuestamente maravilloso de una
mariposa. Sobre todo, los que pensamos que esa palabra,
"maravilloso", sólo puede aparecer en un buen libro si lo hace en
boca de alguno de sus personajes.
He titulado así este prólogo, porque
creo que hay pocas cosas más tentadoras que un cartel que advierta Es peligroso
asomarse..., pero, en este caso, no se trata de asomarse al exterior, sino al
interior: y es que, en cierto modo, es excitantemente peligroso asomarse al
interior de estos relatos. Decía Sartre, "deslizaos, mortales, no os
apoyéis". Recordadlo, porque en este libro podéis perder el equilibrio.
Pero yo creo que ésa es una de las mejores cosas que le pueden pasar a un
lector, así que yo, de vosotros, empezaría ya a agradecerlo.
Javier Sarti*
(*): Javier Sarti es escritor.
Premio Gabriel Miró de Relatos y Premio Ateneo Ciudad de Valladolid de novela. Autor de las novelas La Memoria Inútil (Alianza
Editorial), El Estruendo (Espasa-Calpe), Blanca y Viernes (Anaya Editorial),
Piranesi construido (Algaida editores) y Bichos raros (Alfaqueque Ediciones).
No hay comentarios:
Publicar un comentario