viernes, 13 de enero de 2017

FINITUD


          Papá solía morirse dos veces al día. Casi siempre por las calles del centro. La multitud se aglutinaba alrededor mientras yo me encargaba de las carteras. Mi hermana pequeña, de los bolsos. Entonces al menos sacábamos para ir tirando. Pero llegó una época en la que tenía que morirse quince o veinte veces diarias a cambio de una billetera vacía o unas ridículas monedas. Luego hubo un tiempo en que todos pasaban de largo. Hasta que algunos individuos volvieron a detenerse. Lo hacían con disimulo para vaciarle a papá sus bolsillos. Ahora ni siquiera hay gente. Nos limitamos a huir de los perros.


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